“Hace frío, y estoy lejos de casa…” Nunca fue mas acertada esta canción para mí. El 7 de marzo me embarque en un vuelo a Buenos Aires para un congreso de emprendedoras, y con la maleta armada para disfrutar después de los últimos días del verano en la playa. Jamás me hubiera imaginado que no iba a poder volver. Conociendo el clima de mi querida Mardel, me había traído un par de sweaters y camperitas; pero el mundo paró, y a mi me agarró desabrigada. Si bien me estoy comprando de a poco algunas cosas (remeras mangas largas, pijamas de invierno, botas abrigaditas para estar en casa) toda esta situación me hizo dar cuenta de que realmente tenemos tantas cosas innecesarias. Y es cierto, hoy por hoy no necesito ropa de salir, ni Smart outfits para ir a reuniones; pero estoy sobreviviendo perfectamente con media maleta de ropa y poco más. (Los vestiditos divinos y bikinis ya quedaron guardaditos en la maleta, hasta que algún día podamos volver). ¿A qué voy con todo esto? Simplemente otra perspectiva de lo que ya leímos todos por ahí; no extrañamos lo material, extrañamos a las personas, a los abrazos, al compartir. Cuando finalmente me toque volver, creo que va a haber un gran proceso de descarte de ropa innecesaria. No al estilo de Marie Kondo, de que me traiga o no felicidad, sino pensando en: ¿realmente lo necesito, o podría servirle a otra persona? Entre tanto, acá me quedo guardadita y disfrutando de la vista al mar y de ver cambiar las hojas: del otoño tan hermoso que no nos toca ver en Paraguay.